Víctima de mobbing (15)
Cuando tenía once años acudí con mi
padre a mi primera manifestación del “1º de Mayo” en Vigo.
Cuando volví
a casa, entusiasmada, le comenté a mi madre que cuando fuese mayor sería
sindicalista. A ella le horrorizó aquel proyecto de futuro, nada
propio para una mujer a su entender y la reprimenda fue monumental.
No me detuve
(bajo las sospechas acertadas de mi madre). Mi compromiso me llevó hasta
el sindicato en el que trabajé casi once años (de forma oficial).
Mi trabajo lo compaginaba con mis estudios de “Diplomada en
Relaciones Laborables” en la
Universidad de Vigo, porque estaba segura de que serían
la herramienta para el compromiso social en la defensa de los derechos del
eslabón más débil.
Creía
firmemente que mis estudios serían una aportación más al sindicato.
Durante años mi comida principal la hacia en el autobús que iba desde mi centro
de trabajo hasta la facultad. No fue fácil, pero estaba segura que aquel
era el camino.
Paradójicamente
cuando terminé mis estudios me quedé en la calle: sola y enferma. Me
había convertido en víctima. En una víctima más. Con el mismo
sufrimiento y con la misma pregunta de ¿por qué?, rondándome en la
cabeza. Por entonces de esto del mobbing poco se sabía.
La mayoría de
las veces, las víctimas no podemos probar nuestro acoso y tenemos que salir por
la puerta de atrás y con mucha prisa. Recuerdo el día que me despedí.
Días antes decidí que ya estaba bien de humillaciones. Después de
firmar los papeles de mi liquidación me despedí de alguno de mis compañeros y
compañeras con una entereza forzada.
Cuando subí
al coche con la carta de despido en la guantera no puede reprimir las primeras
lágrimas y a medida que avanzaba, y dejaba atrás el sindicato, mi
proyecto de vida, fui desbordada por un llanto amargo que no podía
controlar. No veía la carretera. Aparqué en la cuneta y durante mucho
tiempo, quizás más de una hora, me abandoné a las lágrimas. Cuando vuelvo
a ese día, como ahora, me pregunto cómo pude llegar a casa sana y salva.
Hoy, a pesar
de los malos presagios de aquel día, estoy de pie. Sigo adelante con el
que fue mi proyecto. Mi vida no acabó aquel día y es más creo que
mi huida fue lo
mejor que me pudo haber pasado. Me caí, salí huyendo y vuelvo a ser
yo. Me embarqué en la lucha contra el mobbing. Participando
activamente en su erradicación he crecido como persona y como
profesional. He reconducido mis energías negativas lo que me permite no
añorar el horror vivido en lo que yo, ya entonces, llamaba mi campo de
concentración particular.
A veces las
víctimas nos negamos a ver la única puerta que nos queda cuando ya hemos
llegado al dichoso punto sin retorno, donde ya todo está
viciado de dolor, de calumnias, de cobardía…Creemos que esa huida es darles la
razón, pero es que, puede ser, que en ese momento ya la tengan.
Ya nos han
dañado sicológicamente y es suicida, creo, mantenernos en el campo de batalla
cuando la cabeza ya está separada del cuerpo. Huir, si. Sin vergüenza,
sin remordimientos, sin sentirnos cobardes y sobre todo sin sentimientos de
culpa…Nos mandan a casa con profundas heridas de guerra. Una guerra
a la que no nos presentamos como voluntarios.
Es cierto que
sin un juicio no existirá resarcimiento moral y sin juicio que demuestre
lo contrario, circularán los rumores y nuestra credibilidad estará en el
aire…que esa es otra.
Y cuando nos
recuperemos, ¿qué pasará?. Nos animan a que perdonemos porque con
el perdón nos curaremos. Pero no es tan fácil. Nos
cuesta. Y quiero acordarme en este momento de una compañera de AGACAMT en
Ferrol que dice que cada mañana, cuando se levanta y se toma su medicación para
paliar los efectos de su hostigamiento, cada pastilla se la dedica a su
acosador. Y así día tras día.
Y quizás esa
imposibilidad de olvido le siga pasando factura. Yo tampoco perdono ni
olvido. Aún no puedo. Y cada vez que salgo en un medio de
comunicación, cada vez que organizo una concentración en contra del acoso,
ahora mismo que escribo estas líneas, me acuerdo secretamente de ellos y
creerme que me alivio.
Es necesaria
la unión de los trabajadores y trabajadoras, es decir, de las víctimas
que somos todos y todas y solamente esta unión permitirá erradicar esta
lacra. Que nadie piense que por librarse una vez estará libre
para siempre.
Eva Ventín
Lorenzo
Despacho
laboralista