sábado, 1 de septiembre de 2012

COLECCIONABLES: YO MISMA COMO VÍCTIMA DE MOBBING. EL CAMINO HACIA EL COMPROMISO.


Víctima de mobbing (15)
Cuando tenía once años acudí con mi padre a mi primera manifestación del “1º de Mayo” en Vigo.
Cuando volví a casa, entusiasmada, le comenté a mi madre que cuando fuese mayor sería sindicalista.  A ella  le horrorizó aquel proyecto de futuro, nada propio para una mujer a su entender y la reprimenda fue monumental.
No me detuve (bajo las sospechas acertadas de mi madre).  Mi compromiso me llevó hasta el sindicato en el que trabajé casi once años (de forma oficial).
Mi trabajo lo compaginaba con mis estudios de “Diplomada en Relaciones Laborables” en la Universidad de Vigo, porque estaba segura de que serían la herramienta para el compromiso social en la defensa de los derechos del eslabón más débil. 
Creía firmemente que mis estudios serían una aportación más al sindicato.  Durante años mi comida principal la hacia en el autobús que iba desde mi centro de trabajo hasta la facultad.  No fue fácil, pero estaba segura que aquel era el camino.
Paradójicamente cuando terminé mis estudios me quedé en la calle: sola y enferma.  Me había convertido en víctima.  En una víctima más.  Con el mismo sufrimiento y con la misma pregunta de ¿por qué?, rondándome en la cabeza.  Por entonces de esto del mobbing poco se sabía.
La mayoría de las veces, las víctimas no podemos probar nuestro acoso y tenemos que salir por la puerta de atrás y con mucha prisa. Recuerdo el día que me despedí.  Días antes decidí que ya estaba bien de humillaciones.  Después  de firmar los papeles de mi liquidación me despedí de alguno de mis compañeros y compañeras con una entereza forzada.
Cuando subí al coche con la carta de despido en la guantera no puede reprimir las primeras lágrimas y  a medida que avanzaba,  y dejaba atrás el sindicato, mi proyecto de vida, fui desbordada por un llanto amargo que no podía controlar.  No veía la carretera. Aparqué en la cuneta y durante mucho tiempo, quizás más de una hora, me abandoné a las lágrimas.  Cuando vuelvo a ese día, como ahora, me pregunto cómo pude llegar a casa sana y salva.
Hoy, a pesar de los malos presagios de aquel día, estoy de pie.  Sigo adelante con el que fue mi proyecto.  Mi vida no acabó aquel día y es más creo  que mi huida fue lo mejor que me pudo haber pasado.  Me caí, salí huyendo y vuelvo a ser yo.  Me embarqué en la lucha contra el mobbing.  Participando activamente en su erradicación he crecido como persona y como profesional.  He reconducido mis energías negativas lo que me permite no añorar el horror vivido en lo que yo, ya entonces, llamaba mi campo de concentración particular.
A veces las víctimas nos negamos a ver la única puerta que nos queda cuando ya hemos llegado al dichoso punto sin retorno, donde ya todo está viciado de dolor, de calumnias, de cobardía…Creemos que esa huida es darles la razón, pero es que,  puede ser, que en ese momento ya la tengan. 
Ya nos han dañado sicológicamente y es suicida, creo, mantenernos en el campo de batalla cuando la cabeza ya está separada del cuerpo. Huir, si.  Sin vergüenza, sin remordimientos, sin sentirnos cobardes y sobre todo sin sentimientos de culpa…Nos mandan a casa  con profundas heridas de guerra.  Una guerra a la que no nos presentamos como voluntarios.
Es cierto que sin un juicio no existirá resarcimiento moral  y sin juicio que demuestre lo contrario,  circularán los rumores y nuestra credibilidad estará en el aire…que esa es otra.
Y cuando nos recuperemos, ¿qué  pasará?.  Nos animan a que perdonemos porque con el perdón  nos curaremos.  Pero no es tan fácil.   Nos cuesta.  Y quiero acordarme en este momento de una compañera de AGACAMT en Ferrol que dice que cada mañana, cuando se levanta y se toma su medicación para paliar los efectos de su hostigamiento,  cada pastilla se la dedica a su acosador.  Y así día tras día. 
Y quizás esa imposibilidad de olvido le siga pasando factura.  Yo tampoco perdono ni olvido.  Aún no puedo.  Y cada vez que salgo en un medio de comunicación, cada vez que organizo una concentración en contra del acoso, ahora mismo que escribo estas líneas, me acuerdo secretamente de ellos y creerme que me alivio.
Es necesaria la unión de los trabajadores y trabajadoras,  es decir, de las víctimas que somos todos y todas y solamente esta unión permitirá erradicar esta lacra.    Que nadie piense que por librarse una vez estará libre para siempre.
Eva Ventín  Lorenzo
Despacho laboralista